La pesadilla de las familias uigures separadas por la represión

Vidas y corazones destrozados: La pesadilla de las familias uigures separadas por la represión

Hace casi cuatro años, padres y madres uigures que estudiaban o trabajaban en el extranjero comenzaron a vivir una pesadilla recurrente. Muchas de estas personas habían dejado a uno o más hijos o hijas al cuidado de familiares en sus ciudades de origen en la Región Autónoma Uigur de Sinkiang, en el noroeste de China. En ese momento no podían saber que China se disponía a emprender una campaña de represión sin precedentes contra poblaciones étnicas de Sinkiang que tendría horrendas consecuencias para la vida de los centenares de padres y madres que, según las estimaciones, viven la misma situación.

Multitud de personas uigures llevan décadas sufriendo de forma sistemática discriminación étnica y religiosa en Sinkiang. Desde 2014 se observa en Sinkiang un gran aumento de la presencia policial y un denso manto de vigilancia, que forman parte de una “guerra popular contra el terror” declarada públicamente y de la lucha contra el “extremismo religioso”. Las medidas de vigilancia y de control social comenzaron a extenderse con rapidez en 2016. En 2017, la situación comenzó a tomar un cariz más terrible si cabe para las poblaciones uigur, kazaja y otros grupos mayoritariamente musulmanes en la región. Se calcula que, desde entonces, al menos un millón de personas han sido detenidas arbitrariamente en Sinkiang, en centros de “transformación a través de la educación” o de “formación profesional”, donde se las somete a diversas formas de tortura y malos tratos, el adoctrinamiento político y la asimilación cultural forzada. Esta campaña opresiva de detenciones masivas y represión sistemática ha impedido que padres y madres uigures regresen a China para cuidar de sus hijos o hijas, y han hecho prácticamente imposible que éstos viajen fuera de China para reunirse con sus progenitores en otros países.

Aunque a menudo resulta sumamente difícil, por no decir imposible, que las personas uigures que residen en el extranjero reciban información sobre el paradero de sus familiares, algunos padres y madres han recibido información fragmentada en forma de palabras en clave, o de fotografías y vídeos, enviados por sus familiares y amistades, que les inducen a creer que sus descendientes han sido llevados a “campos de huérfanos” o internados gestionados por el Estado.

Al principio, muchos padres y madres pensaban que la represión sería temporal, y que pronto regresarían a sus lugares de origen para estar con sus hijos e hijas. Sin embargo, amistades y familiares les advirtieron que muy probablemente los encerrarían en campos de internamiento al regresar a China. Además, la existencia de los campos y la detención arbitraria de potencialmente cualquier miembro de un grupo étnico musulmán resultan hoy innegables. Aunque al principio era posible mantener algún contacto con sus descendientes, esta posibilidad desapareció cuando los familiares que cuidaban de los niños y niñas también fueron bien trasladados a campos de internamiento, o bien encarcelados. La estancia de los progenitores en otros países se convirtió de forma lenta e inexorable en exilio.

Amnistía Internacional ha mantenido recientemente largas conversaciones con seis personas residentes en Australia, Canadá, Italia, Países Bajos y Turquía que han sido separadas de sus hijos e hijas. Sus testimonios sólo son la punta del iceberg de las experiencias de las familias uigures que anhelan la reagrupación familiar con sus hijos e hijas atrapados en China.

Los cuatro adolescentes emprendieron solos el extenuante e incierto viaje de 5.000 kilómetros desde Kashgar, cerca de la frontera de China con Pakistán, hasta la ciudad de Shanghái, en la costa oriental, para solicitar visados italianos en junio de 2020.
“Tengo algo que decir a la humanidad. Traten de ponerse en mi lugar, imaginen por todo lo que hemos pasado, y alcen la voz por nosotros.”
“Es muy difícil que otras personas comprendan lo que yo siento”, dijo a Amnistía Internacional, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. “Lo único que me hace seguir adelante en la vida es que quiero saber que está vivo, sano y salvo.” “Si pudiera hablar con él ahora, le diría: ‘Perdóname, te traje al mundo pero no he podido ocuparme de ti; no he podido ser una madre para ti’”, y la voz se le quiebra.
“No tengo la menor idea de lo que les está ocurriendo a mis hijos e hijas, ni a mi familia. ¿Cómo pudo ocurrir esto? Por favor, hagan cuanto esté en su mano para ayudarnos a sobrevivir a esta situación. Quiero pedir a todas las personas que no pierdan su humanidad, que hablen en nuestro favor, que nos defiendan y no permitan que esta tragedia les siga ocurriendo a nuestros hijos e hijas.”
“Si aún les queda algo de humanidad, las autoridades chinas deben dejar de tratar así a la gente y dejar que las personas se reúnan con sus familias. No hemos cometido ningún delito. Quiero que comprendan la magnitud de esta crueldad masiva. […] Es una injusticia angustiosa y dolorosa, no hay otras palabras para describirlo fielmente.”
“Hay un viejo dicho: ‘Los hijos son el corazón, los hijos son la vida’. Tengo la sensación de haber perdido mi corazón y mi vida.” Y rompiendo a llorar, continuó: “Mis hijos eran lo que daba sentido a mi vida. No hago más que pensar en su bienestar y su salud, y en cómo los estarán tratando.”

A un paso de reunirse: Cuatro adolescentes en un viaje peligroso

Mihriban Kader y su esposo, Ablikim Memtinin, originarios de Kashgar, huyeron al exilio en Italia en 2016 tras ser objeto de reiterado hostigamiento por parte de la policía y recibir la orden de entregar sus pasaportes en la comisaría de policía local.

Poco después de salir del país, la policía también comenzó a hostigar al padre y la madre de Mihriban, a cuyo cuidado habían quedado sus cuatro descendientes. Finalmente, se llevaron a la abuela a un campo, y el abuelo, tras ser interrogado durante varios días, tuvo que ser hospitalizado durante meses.

No quedó nadie que se ocupara del cuidado de los menores. “El resto de nuestros familiares no se atrevieron a hacerse cargo del cuidado de mis hijos e hijas después de lo ocurrido a mi padre y mi madre”, explicó Mihriban a Amnistía Internacional. “Tenían miedo de que también los enviaran a campos”

En noviembre de 2019 surgieron nuevas esperanzas de reagrupación familiar cuando Mihriban y Ablikim recibieron permiso del gobierno de Italia para llevar a sus descendientes a ese país. Sin embargo, para que esto fuera posible, los cuatro adolescentes — de 12, 14, 15 y 16 años de edad — tuvieron que emprender solos el extenuante e incierto viaje de 5.000 kilómetros desde Kashgar, cerca de la frontera de China con Pakistán, hasta la ciudad de Shanghái, en la costa oriental, para solicitar visados italianos en junio de 2020.

En el camino hubieron de hacer frente a numerosos y grandes peligros y dificultades. En China está prohibido que los menores de edad compren billetes de tren o de avión y que viajen solos.  Debido a las políticas discriminatorias y los edictos de los gobiernos locales, a menudo los hoteles se niegan a alojar a personas uigures, aduciendo que no hay habitaciones disponibles. A pesar de las adversidades, los adolescentes perseveraron y lograron llegar a Shanghái.

Cuando por fin llegaron a las puertas del consulado italiano, con sus pasaportes válidos en la mano, casi les pareció que su padre y su madre les estaban esperando al otro lado de las puertas y que no tardarían en abrazarse.

Su emoción no tardó en convertirse en horror cuando se les impidió la entrada en el consulado. Más tarde, se les comunicó que los visados de reagrupación familiar sólo podían ser expedidos por la embajada italiana en Pekín, pero en aquellas fechas no se podía viajar debido al estricto confinamiento al que estaba sometida esa ciudad en junio de 2020. Con el corazón destrozado, esperaron en el exterior del consulado, con la esperanza de que alguien acudiera en su ayuda, pero quien llegó fue un guardia chino que amenazó con llamar a la policía si no se marchaban.

Negándose a caer en el desánimo, los vástagos de Mihriban y Ablikim trataron de obtener ayuda de varias agencias de viaje para solicitar los visados italianos. El 24 de junio, la policía sacó a los cuatro apresuradamente del hotel los volvió a ingresar en un orfanato y un internado en Kashgar, según su padre y su madre Habían estado muy cerca: si aquel día en el consulado hubiera transcurrido de otra manera, ahora podrían estar rememorando con su padre y su madre el osado viaje que emprendieron, en vez de consumirse en el sistema de orfanatos chino. Ahora, Mihriban y Ablikim temen haber perdido a sus hijos e hijas para siempre.

A finales de 2016, las autoridades chinas comenzaron a confiscar sistemáticamente pasaportes en Sinkiang. Tras recibir la orden de entregar sus pasaportes en comisarías de policía locales, muchas familias decidieron salir del país mientras aún fuera posible, y volver después en busca de los hijos e hijas que aún no tenían pasaporte. Cuando ya estaban en otro país, a los padres y madres que hicieron averiguaciones en embajadas o consulados chinos no se les facilitó información alguna, y lo único que se les dijo fue que volvieran a Sinkiang, donde probablemente serían sometidos a detención arbitraria y otras formas de castigo extrajudicial.

Separado de mis hijas: 1.594 días y contando

Omer Faruh es dueño de una librería en Estambul. En noviembre de 2016 estaba en Arabia Saudí cuando su esposa, Meryem Faruh, lo llamó una noche y le dijo que la policía local les había ordenado que entregaran sus pasaportes. Preocupado, Omer pidió a Meryem que no entregara los pasaportes a la policía y de inmediato compró pasajes para ella y sus dos hijas mayores, que ya tenían pasaporte. Sus otras dos hijas, de cinco y seis años de edad, no disponían todavía de documentos de viaje. Teniendo en cuenta la confiscación en gran escala de pasaportes que por entonces tenía lugar en Sinkiang, Meryem y Omer decidieron que no les quedaba más remedio que dejar a sus hijas menores al cuidado del padre y la madre de Meryem, allá en Korla, en el centro de Sinkiang.

Omer no tardó en perder también el contacto con su padre y su madre. En octubre de 2017 supo por una de sus amistades que también habían llevado a su suegro y su suegra a campos de internamiento.

“Soy uno más entre los miles de personas uigures cuya familia ha sido desmembrada. […] No oímos las voces de nuestras hijas desde hace ya 1.594 días”, dijo Omer a Amnistía Internacional. “Mi esposa y yo no hacemos más que llorar por la noche, intentando ocultar nuestra pena a las niñas que ya están aquí con nosotros.

“Estoy dispuesto a sacrificarlo todo por nuestras hijas, estoy dispuesto a sacrificar mi vida si supiera que de ese modo mis hijas quedarían en libertad”, dice con la voz temblorosa.

Omer y su familia, incluyendo sus hijos e hijas, obtuvieron la nacionalidad turca en junio de 2020. Desde entonces intenta conseguir la ayuda de las autoridades turcas para sacar a sus dos hijas pequeñas de China. Aunque la embajada turca en Pekín informó a Omer de que había iniciado los trámites pertinentes en agosto de 2020 y enviado una nota diplomática al gobierno chino en octubre de 2020, hasta la fecha no ha podido llevar a sus hijas a Turquía.

“Tengo algo que decir a la humanidad. Traten de ponerse en mi lugar, imaginen por todo lo que hemos pasado, y alcen la voz por nosotros.”

Algunos padres y madres prefirieron que sus descendientes se quedaran durante algún tiempo con sus abuelos y abuelas mientras eran pequeños. Otras personas que esperaban el nacimiento de sus bebés decidieron mudarse temporalmente fuera de China para evitar las severas sanciones derivadas de la restrictiva política de control de natalidad que priva a las personas, en particular a las mujeres, de su derecho fundamental a tomar sus propias decisiones reproductivas.

Díganme que mi hijo está vivo, sano y salvo

En 2014, Rizwangul trabajaba como vendedora en Dubái cuando la visitó su primo Muhammed, acompañando a su hijo, que entonces tenía 3 años, y se quedó con ella durante casi seis meses. Rizwangul tenía previsto llevar a su hijo a vivir con ella de forma permanente, pero su padre y su madre le sugirieron que se quedara en China hasta que cumpliera la edad prevista de escolarización, para que ella pudiera concentrarse en su carrera profesional. Rizwangul accedió, pensando que cuando ese día llegara se habría establecido cómodamente en Dubái y podría hacer los preparativos para la inscripción de su hijo en la escuela.

“Cada vez que regresaba de vacaciones a mi ciudad natal en Sinkiang, pasaba un mes con mi hijo.   Entonces era increíblemente feliz”, dijo Rizwangul a Amnistía Internacional. “Cuando vino a Dubái para estar conmigo, fue la época más maravillosa de mi vida.”

El primo de Rizwangul, Muhammed, se quedó en Dubái por trabajo, pero regresó a Sinkiang en marzo al caer enferma su madre. Dos meses más tarde, cuando Rizwangul se disponía a regresar a Sinkiang para una visita programada, su hermana y amistades le dijeron que no era seguro regresar a China.

No tenía ni idea de que la situación estaba a punto de volverse mucho más sombría.

Cuando Rizwangul preguntó a su hermana por Muhammed, se enteró de que había ido a la “escuela” a “estudiar” una semana después de su regreso a Sinkiang.  Rizwangul comprendió que esto significaba que habían llevado a Muhammed a un campo de “reeducación”.

Después, en septiembre, el mundo de Rizwangul se derrumbó cuando su hermana —que se ocupaba del cuidado de su hijo— le dijo que no la volviera a llamar por razones de seguridad. Desde entonces, Rizwangul, que actualmente estudia neerlandés en Países Bajos, no ha podido contactar con su hijo, ni tampoco su hermana o sus amistades en Sinkiang.

“Es muy difícil que otras personas comprendan lo que yo siento”, dijo a Amnistía Internacional, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. “Lo único que me hace seguir adelante en la vida es que quiero saber que está vivo, sano y salvo.”

“Si pudiera hablar con él ahora, le diría: ‘Perdóname, te traje al mundo, pero no he podido ocuparme de ti; no he podido ser una madre para ti’”, y la voz se le quiebra.

Continuó: “Imaginen que durante años no puede llamar a su familia, que no sabe si sus hijos, sus padres o sus familiares están vivos o no. Imaginen que su caso no es único, que hay millones de personas [uigures] separadas de sus familiares. Nunca pensamos que esto nos ocurriría, pero ha ocurrido. Ayúdennos.”

Es sumamente difícil calcular el número de niños y niñas separados de progenitores que residen fuera de China, o que permanecen detenidos en campos de internamiento o prisiones. Documentar en su integridad el alcance de las violaciones de derechos humanos en Sinkiang sigue siendo extremadamente difícil, debido a la falta de datos disponibles públicamente y a las restricciones al acceso a la región.

Es frecuente que las personas uigures que viven en el extranjero tengan dudas sobre si hablar públicamente sobre los abusos contra los derechos humanos que sufren ellas y sus familiares por temor a las repercusiones para sus familiares que están en China. A pesar de tales desafíos, estos seis padres y madres han decidido compartir públicamente sus historias con la esperanza de que esto les ayude a reunirse pronto con sus hijos e hijas.

“Las autoridades locales del Partido están en casa”

Mamutjan nació y se crió en Kashgar, y actualmente vive en Australia. Cursaba estudios de doctorado en ciencias sociales en Malasia cuando su esposa, Muherrem, y su hija de corta edad se reunieron con él en 2012, tras esperar más de dos años a que se expidiera el pasaporte de Muherrem.

Mamutjan sigue añorando los días en que estaban todos juntos. “Cuando Muherrem y nuestra hija llegaron a Kuala Lumpur, fue muy emocionante. […] Aquella época fue la más feliz e inolvidable de mi vida.”

Aquellos tiempos felices duraron casi tres años, y terminaron cuando la embajada china en Kuala Lumpur se negó a finales de 2015 a expedir de nuevo el pasaporte de Muherrem, que se había extraviado. Entonces se vio obligada a regresar a China para renovar el pasaporte con su hija, que en aquel momento tenía cinco años, y su hijo de 6 meses. En ese momento pensaron que sería un trámite rutinario. No tenían idea de que China se disponía a emprender una campaña de represión a gran escala contra la población uigur en 2017 y que estaba a punto de comenzar una angustiosa separación que se prolongaría durante años.

Muherrem, el niño y la niña acabaron atrapados en Kashgar. Mamutjan pudo mantener contactos frecuentes hasta el día anterior al ingreso de Muherrem en un campo de internamiento, en abril de 2017. Cuando se llevaron a Muherrem, el niño y la niña se quedaron con su abuelo y su abuela. Poco después, el padre y la madre de Mamutjan le pidieron que no se volviera a poner en contacto con ellos. Muchas amistades y familiares lo han “eliminado” en aplicaciones de mensajería.

Durante dos años, Mamutjan apenas tuvo noticias del paradero de su esposa y no pudo ponerse en contacto con su padre y su madre, ni tampoco con su familia política. En mayo de 2019, Mamutjan vio un vídeo de una cuenta de redes sociales de un familiar, en el que su hijo gritaba emocionado: “¡Mi mamá se ha graduado!” Entonces halló por fin algo de paz de espíritu, pues creyó que sin duda significaba que la habían liberado de los campos.

Mamutjan decidió arriesgarse y llamó a su padre y su madre en agosto de 2019. Pensaba que el vídeo tal vez fuera una señal de que la terrible situación de su familia podía haber mejorado hasta cierto punto.

Estaba muy emocionado cuando su madre contestó al teléfono. “Sólo quería decir ‘Eid Mubarak’, darte los buenos días, hace tanto tiempo desde la última vez que hablé contigo”, dijo Mamutjan. “Las autoridades locales del Partido están en casa”, respondió su madre con un hilo de voz antes de cortar la comunicación. Después, siguió llamando, pero la línea siempre estaba ocupada. Mamutjan cree que su padre y su madre desconectaron deliberadamente la línea para que no pudiera llamar de nuevo, que evitaban el contacto con él por temor a que el contacto con personas residentes en el extranjero pudiera dar lugar al internamiento o a otro castigo.

Durante el último año, Mamutjan ha seguido recibiendo información fragmentaria con palabras en clave de sus amistades, que sugieren que Muherrem continúa detenida. Un amigo le dijo que su esposa tenía “cinco años de edad”, expresión que Mamutjan cree que podría significar que fue condenada a cinco años de prisión. Otro amigo le dijo que habían llevado a Muherrem a un “hospital”, término que podría designar un campo de internamiento o una prisión en el lenguaje en clave que usa la población uigur.

Una sucesión de horribles noticias

Meripet Metniyaz y su esposo, Turghun Memet, viajaron de Sinkiang a Turquía en marzo de 2017 para cuidar al padre enfermo de Meripet en Estambul. Meripet había trabajado como ecógrafa en la ciudad de Hotan, en el suroeste de Sinkiang, y Turghun había sido empresario y había invertido en el sector inmobiliario y en piedras preciosas en Sinkiang. Viajaron con visados de un mes, pensando que no tardarían en regresar a China. Mientras estuvieran ausentes, la madre de Turghun en Urumqi se ocuparía de sus cuatro hijos e hijas, de seis, ocho, nueve y once años de edad.

Mientras atendían al padre de Meripet hasta que se recuperase, comenzaron a recibir mensajes preocupantes de sus respectivas familias, en los que se decía que estaban deteniendo y llevando a campos de internamiento a uigures que habían viajado antes a Turquía. Decidieron posponer el regreso.

Meripet lo explicó así: “Pensamos que debíamos tener paciencia y esperar durante unos meses hasta que la situación mejorase en Urumqi para poder volver. Esperamos, pero la situación no hizo más que empeorar. No sólo detenían a personas que habían viajado al extranjero, sino también a las que rezan y llevan barba. Escuchamos muchos relatos sobre prisiones en nuestra tierra y nos espantaba la idea de volver.”

A finales de 2017, Turghun se enteró de que su madre y los niños se habían visto obligados a trasladarse de Urumqi a Hotan, a unos 1.500 kilómetros de distancia, por ser en esta última ciudad donde ella estaba inscrita oficialmente como residente. La tragedia comenzó a desencadenarse cuando Turghun supo a través de su hermana Amina que habían internado a su madre en un campo poco después de regresar a Hotan. Cinco días después de su regreso a Hotan se habían llevado a sus descendientes al jardín de infancia de Aixin, un orfanato de facto.

La noticia tuvo efectos muy negativos para Meripet. “Tras perder [el contacto con] mis hijos, mi salud mental se ha resentido”. A menudo se despertaba en plena noche con pesadillas, llorando. “Hay un viejo dicho: ‘Los hijos son el corazón, los hijos son la vida’. Tengo la sensación de haber perdido mi corazón y mi vida”. Y rompiendo a llorar, continuó: “Mis hijos eran lo que daba sentido a mi vida. No hago más que pensar en su bienestar y su salud, y en cómo los estarán tratando”.

En los meses siguientes, Turghun siguió recibiendo de su hermana noticias sobre sus hijos en mensajes de texto en clave. Al principio, Amina pudo visitarlos una vez a la semana, pero unas semanas más tarde no se le permitió ya el acceso a los niños. En junio de 2018, de improviso, Turghun ni siquiera pudo contactar ya con Amina.

Unos meses más tarde, su cuñada le dijo que Amina había muerto durante un interrogatorio mientras estaba bajo custodia de la policía. Turghun y Meripet quedaron consternados y destrozados. Poco después se enteraron de que habían ingresado a la misma cuñada en un campo de internamiento a finales de 2018. No quedaba nadie que pudiera facilitarles información sobre sus hijos.

Meripet y Turghun escribieron muchas cartas al Ministerio de Exteriores turco, a asesores del presidente de Turquía y a la embajada china en Estambul. Aún no han recibido respuesta. “Lo único que deseo es que todas las personas inocentes que han perdido a sus hijos e hijas, padres y madres, familiares y seres queridos puedan vivir otra vez con ellas”, dijo Meripet.

Ya es hora de que China ponga fin a sus graves violaciones de derechos humanos y a las políticas de represión en Sinkiang y respete sus obligaciones de derechos humanos, entre ellas las relativas a los derechos de la infancia, de acuerdo con el derecho internacional. China ratificó la Convención sobre los Derechos del Niño en 1992. De acuerdo con los artículos 9 y 10 de la Convención, China debe velar por que el niño no sea separado de sus padres en contra de la voluntad de éstos, y una consideración primordial que se atenderá será el interés superior del niño (artículo 3). El Comité de los Derechos del Niño de la ONU ha confirmado que, si no es posible la reagrupación familiar en el país de origen, por la razón que sea, el país de acogida y el país de origen deben facilitar en la medida de lo posible la reagrupación en otro lugar, con la debida consideración a los derechos humanos de los niños y niñas y de sus progenitores, entre ellos el derecho a salir del país.

En general, los niños y niñas separados de sus progenitores tienen derecho a mantener regularmente relaciones personales y contacto directo con ellos. Si el Estado se ha hecho cargo de la custodia del niño o la niña, por ejemplo en un orfanato o internado, debe proporcionar a sus progenitores u otros miembros de la familia información sobre su paradero.

En virtud del derecho a la libertad de expresión y a la intimidad y la vida familiar, se debe brindar a todas las personas, incluidos los niños y niñas, la oportunidad de comunicarse asiduamente con sus familiares en el extranjero y de buscar, recibir y difundir información sobre ellos, sin importar las fronteras.

En octubre de 2016 hubo numerosos informes sobre la confiscación de pasaportes uigures por parte de las autoridades de la región, que trataban de recortar más la libertad de circulación. El derecho a la libertad de circulación, que incluye el derecho a salir del propio país y a obtener los documentos de viaje necesarios, no puede ser objeto de limitaciones arbitrarias, salvo si éstas se basan en fundamentos de derecho claros, son necesarias y proporcionadas para lograr un objetivo legítimo, y compatibles con otros derechos humanos, como el derecho a no sufrir discriminación.

Los padres y madres entrevistados por Amnistía Internacional informaron de que los consulados chinos habían denegado las solicitudes de renovación de sus pasaportes y les habían dicho que debían volver a China para hacer ese trámite. La negativa de un Estado a expedir un pasaporte o prorrogar su validez basándose en normas legales o medidas administrativas innecesarias puede constituir una violación del derecho a la libertad de circulación.

El gobierno chino debe cumplir con su obligación de tramitar de forma positiva, humana y rápida las solicitudes de los niños y niñas o sus progenitores para entrar o salir libremente de China, especialmente con fines de reagrupación familiar. Además, el gobierno chino debe garantizar que la solicitud de reagrupación con su familia no tendrá consecuencias negativas ni para los padres y madres ni para sus hijos e hijas. La política de separación familiar forzosa, y especialmente el internamiento forzoso de niños y niñas uigures en orfanatos, 

constituye una violación de sus derechos, entre ellos el derecho a recibir protección contra la discriminación y el castigo a causa de las creencias y actos de sus progenitores.

Hasta que se produzca la reagrupación familiar, China debe respetar los derechos de los miembros de las familias uigures a mantener contacto directo y asiduo entre sí. Amnistía Internacional ha documentado casos en los que el contacto con el extranjero se considera motivo importante de detención arbitraria en campos de internamiento de Sinkiang.

Además, el gobierno chino debe revelar sin demora el paradero de los niños y niñas y otros familiares de padres y madres que están en el extranjero, entre ellos los que continúan detenidos en campos de internamiento, prisiones u otras instituciones estatales. Ocultar esta información podría constituir también una injerencia arbitraria en el derecho del niño o la niña a la vida familiar (artículo 16 de la Convención sobre los Derechos del Niño).

Recomendaciones

Al gobierno de China:


  • Garantizar que se permite la salida de niños y niñas de China para reunirse lo antes posible con sus padres y madres, si eso es lo que prefieren, así como con hermanos o hermanas que ya viven en otros países.

  • Poner fin a todas las medidas que restringen de forma inadmisible el derecho de la población uigur y otros grupos étnicos mayoritariamente musulmanes a salir libremente de China y regresar al país.

  • Permitir el acceso pleno y sin restricciones a Sinkiang de expertos de la ONU, investigadores y periodistas independientes para llevar a cabo investigaciones independientes sobre lo que está ocurriendo en la región.

  • Cerrar los “campos de reeducación” de carácter político y poner en libertad a las personas detenidas de forma inmediata, incondicional y sin perjuicio.

  • Garantizar que los órganos diplomáticos o consulares chinos, el funcionariado público y las autoridades protegen los derechos e intereses legítimos de toda la ciudadanía china, en particular brindando asistencia adecuada para localizar a sus familiares en China.

  • Garantizar que todas las personas procedentes de Sinkiang pueden comunicarse regularmente y sin injerencias con sus familiares y otras personas, entre ellas las que viven en otros países, salvo caso justificado específicamente de conformidad con el derecho internacional de los derechos humanos.

  • Poner fin a la práctica de la separación forzosa de los niños y niñas uigures de sus progenitores o tutores, con arreglo a sus obligaciones en virtud de la Convención sobre los Derechos del Niño y otras normas de derechos humanos, salvo que las autoridades competentes, sujeto a revisión judicial efectiva, determinen que esa separación es necesaria como último recurso por el interés superior del niño o niña.

  • Poner en libertad, con carácter de urgencia, a todos los niños y niñas recluidos en instituciones administradas por el Estado sin consentimiento de sus progenitores o tutores.

A otros gobiernos:


  • Garantizar que todas las personas uigures, y kazajas, entre otras, tienen acceso sin demora a un proceso de asilo justo y efectivo, a asistencia letrada, a una evaluación exhaustiva de las posibles violaciones de derechos humanos o abusos que pudieran sufrir al regresar, y a la posibilidad de impugnar cualquier orden de traslado.

  • Hacer todo lo posible para garantizar que todas las personas uigures, kazajas y otros miembros de grupos étnicos chinos residentes en sus respectivos países, cualquiera que sea su condición migratoria, reciben asistencia consular u otra asistencia apropiada para determinar el paradero de sus hijos e hijas y entablar contacto con ellos, teniendo presentes las circunstancias especiales en las que se encuentran actualmente los miembros de estos grupos étnicos.

  • Tomar decisiones sobre reagrupación familiar con la debida consideración a las obligaciones de derechos humanos aplicables, en particular con arreglo a la Convención sobre los Derechos del Niño, tramitando de manera positiva, humana y rápida las solicitudes presentadas por un niño o niña o sus progenitores para entrar en su país con fines de reagrupación familiar.