Entre los olivares de algunas de las bellas islas de Grecia hay vallas de alambre de espino.
Al menos 6.000 personas solicitantes de asilo están atrapadas allí desde que entró en vigor el nuevo plan de la UE el 20 de marzo. Algunas ya han sido expulsadas a Turquía, mientras que otras muchas aguardan angustiadas el mismo destino.
Pero no son las únicas que están atrapadas en Grecia. Otras 46.000, repartidas por el territorio continental, también lo están, a menudo en lugares superpoblados y faltos de higiene. Están en un limbo jurídico porque llegaron después del cierre a principios de marzo de la frontera norte de Grecia y la entrada en vigor del acuerdo sobre expulsiones firmado por la UE y Turquía.
Conocimos a algunas recientemente: Sham, de seis años, cuya casa fue bombardeada en Siria. Masih, a quien perseguían los talibanes porque había trabajado para la ONU. Y Suzan, de Irak, que estuvo a punto de dar a luz en una tienda de campaña en una terminal de transbordadores de Atenas.
Todas están atrapadas en una crisis que sólo pueden resolver los mismos que la causaron: los gobiernos europeos.
Esta crisis sólo pueden resolverla los mismos que la causaron: los gobiernos europeos.
Amnistía Internacional
Futuros inciertos en imágenes
Sin un lugar donde descansar
Sham es una niña menuda de seis años de Siria, y está entre los miembros más jóvenes de una afable y extensa familia que viaja junta desde Damasco.
Cuando Sham huyó de las bombas que destruyeron su casa y emprendió el terrorífico viaje hacia Europa en una lancha neumática, los gobiernos europeos decidieron dar la espalda a personas como ella. El 8 de marzo cerraron del todo sus fronteras.
En lugar de viajar hacia el norte para reunirse con su papá en Alemania, Sham se quedó atrapada en el sucio y maloliente recinto de una terminal de transbordadores de El Pireo, principal puerto de Atenas.
Después de todo lo que han pasado, su hermosa familia todavía sonríe y bromea. Pero las lágrimas no andan muy lejos.
Después de estar correteando y jugando con su primo, de repente Sham se deshace en lágrimas. “Echa de menos a su abuela en Siria”, explica su madre, Zeinab, mientras abraza a su hija y también derrama unas lágrimas. “Y no tenemos un lugar donde descansar.”
Con la ayuda de un voluntariado impresionante
Una cosa está clara: Grecia no puede hacerse cargo de todas las personas que están atrapadas aquí. La familia de Sham está entre los miles de personas que se ven obligadas a dormir en el duro suelo o en tiendas de campaña a la intemperie en las gélidas noches.
Cuando visitamos El Pireo a mediados de marzo no había agua caliente y la basura empezaba a acumularse. Los médicos informaron de plagas de chinches y piojos y de reacciones alérgicas debido a la imposibilidad de lavar. Los niños, incluida Sham, tenían fiebre y diarrea.
Se puso en marcha una impresionante operación de voluntariado, como en otras muchas partes de Grecia. Cientos de personas y varias organizaciones humanitarias lo organizaron todo, desde la limpieza y la preparación de comidas calientes hasta las actividades infantiles, el asesoramiento jurídico y la asistencia médica.
Pero si el apoyo oficial que reciben de los Estados es escaso o nulo, no pueden controlar el caos. A fecha de 11 de abril había 4.500 personas atrapadas en un puerto de transbordadores concebido para el turismo y no para una emergencia humanitaria.
Las autoridades están presionando a las personas refugiadas para que se marchen de El Pireo a los campos repartidos por Grecia. Pero nadie sabe si allí la situación será mejor.
Promesas y realidades
¿Qué salida hay?
Pero la situación de asilo en Grecia ya estaba en un punto crítico incluso antes de que estallara la crisis. Masih ni siquiera ha podido registrarse como solicitante de asilo debido a la gigantesca cola de personas. Vive con miedo de ser expulsado.
A otros, presentar la solicitud para pedir asilo en otro país –como parte del programa de reubicación de la UE– les ofrece un mínimo atisbo de esperanza, incluso aunque no puedan elegir adónde ir.
Suzan, kurda con dos hijos varones de corta edad, estaba en avanzado estado de gestación y con dolores cuando la conocimos en El Pireo. Huyó de Irak con su esposo, Abdalsalam, ambos de 27 años, después de que mataran a los hermanos de éste y él recibiera amenazas.
Pero, en lugar de reunirse con el padre de Suzan en Reino Unido, ambos quedaron atrapados en una endeble tienda de campaña de color rojo. “No tenemos casa ni país”, afirmó Abdalsalam, con los ojos llenos de lágrimas.
Su bebé ha venido al mundo en buenas condiciones y la familia ha sido alojada por una asociación benéfica local mientras solicita su reubicación, que es una de las escasas vías de escape de la trampa de las personas refugiadas en Grecia.
No tenemos casa ni país.
Abdalsalam, refugiado de Irak
Querer es poder
La reubicación suena bien sobre el papel: El pasado mes de septiembre, los países de la UE se comprometieron a ayudar a Grecia compartiendo la responsabilidad sobre 66.400 solicitantes de asilo. Pero a fecha de 11 de abril sólo habían aceptado a 615 personas, según la Comisión Europea.
La razón es sencilla: una falta absoluta de voluntad política.
Si los gobiernos europeos dedicaran el mismo esfuerzo a proteger a los seres humanos que a encerrar a la gente y expulsarla a Turquía, podrían resolver con facilidad esta crisis.
Por ejemplo, podrían ofrecer visados a personas como Sham, Masih, Suzan y Abdalsalam, reunirlos con familiares que ya viven en otros países de la UE o reubicarlos en el extranjero para tramitar sus solicitudes de asilo allí.
Querer es poder: Portugal, por ejemplo, ahora dice que abrirá sus puertas a 10.000 personas refugiadas, un claro ejemplo de lo que es posible cuando los gobiernos se centran en buscar soluciones, en lugar de cerrar herméticamente sus puertas y darse la vuelta.