Vivimos tiempos realmente extraños. La pandemia está revelando las enormes contradicciones y desigualdades de nuestras sociedades. A algunas personas nos parece, a pesar de nuestra posición privilegiada, que nuestra vida está en suspenso y que el mundo que conocíamos ha dejado de existir. No sabemos cómo será la “nueva normalidad”. Son tiempos aterradores, pero también son tiempos para la esperanza.
Desde que comenzó la pandemia, hemos visto a vecinos y vecinas que se sonríen mutuamente, amistades y familias que hablan con más frecuencia, comunidades que apoyan a las personas más afectadas, supermercados que dan prioridad a clientes vulnerables, niños y niñas que ponen ositos de peluche y arcoíris en sus ventanas, personas y empresas que fabrican mascarillas y equipos de protección, voluntarios y voluntarias que ayudan en bancos de alimentos. Así podría ser el futuro: aumentan el cuidado y el apoyo mutuo; hay más solidaridad.
Durante el confinamiento, el distanciamiento social —distanciamiento físico, en realidad— parece haber reforzado la necesidad de conexión social, uniendo más a personas y comunidades, que se han organizado de formas nuevas: millones de personas que aplauden al unísono para mostrar su agradecimiento al personal sanitario y esencial; artistas musicales que actúan juntos en línea y componen canciones que celebran la humanidad y la resiliencia; teatros y eventos culturales abiertos en línea a un público más amplio; miles de memes humorísticos y sarcásticos como herramienta de resistencia para sobrevivir en este momento tan difícil.
La pandemia de COVID-19 y su respuesta están afectando a la gente de muchas formas y en muchos niveles diferentes. Como siempre, las personas más afectadas son las más vulnerables de nuestras comunidades. El impacto desproporcionado que está teniendo esta crisis en algunos sectores de la sociedad, especialmente en personas que ya viven en los márgenes, exige rediseñar nuestros sistemas en formas en las que nadie se quede atrás.
Movimientos, organizaciones y activistas se unen para apoyarse mutuamente y presionar a favor del cambio en formas nuevas y creativas, empezando por practicar el autocuidado y el cuidado comunitario (mira este fanzine diseñado por y para jóvenes activistas). Están aumentando la colaboración y compartiendo iniciativas, apoyo y recursos para responder a la crisis de la COVID-19 dentro de la comunidad de activistas en general con seminarios web, conferencias, herramientas de formación y documentos en línea de colaboración masiva.
El activismo evoluciona a medida que movimientos y organizaciones aprenden a adaptar sus herramientas y sistemas para crear poder, organizando y movilizando a la gente para que actúe más allá de las limitaciones del distanciamiento físico. Una investigación de colaboración masiva ha documentado más de 140 métodos de acción no violenta durante la pandemia, y ha mostrado que el poder popular florece dentro de esta crisis global sin precedentes.
En Polonia, activistas de los derechos de las mujeres se manifestaron con pancartas en las ciudades a pie, en bicicleta y en automóvil, y protestaron en las colas de los supermercados respetando la preceptiva distancia social para defender los derechos sexuales y reproductivos. Y ganaron: los regresivos proyectos de ley propuestos quedaron paralizados en el Parlamento. Activistas de toda Europa les apoyaron solidariamente protestando desde casa con la etiqueta #protestathome.
El movimiento por el clima liderado por la juventud se ha trasladado a Internet. Todos los viernes, quienes hacen la huelga digital (#DigitalStrike) publican fotos de sus carteles desde casa. Este año, el Día de la Tierra se celebró con una “marcha digital” de 72 horas retransmitida en directo en la que hubo discursos, música y protestas, y Viernes por el Futuro organizó una huelga digital retransmitida en directo que vieron más de 230.000 personas.
Algunos movimientos y organizaciones convocan encuentros para llevar a cabo acciones multitudinarias mediante llamadas, correos electrónicos o tuits realizados de forma masiva en las que activistas y simpatizantes participan en acciones directas coordinadas en línea para ejercer presión pública sobre un objetivo en un momento clave: por ejemplo, durante el discurso en una conferencia de una persona encargada de tomar decisiones. Otras iniciativas son las huelgas de alquiler organizadas, la publicación de reseñas negativas sobre establecimientos en Internet, las protestas en automóvil y las cadenas de solidaridad.
Esta situación va para largo, así que este es un momento crucial para que las organizaciones creemos movimientos más fuertes y diversos, en formas que reconozcan y superen la creciente brecha digital y otras desigualdades. Debemos atraer a nuevos simpatizantes y activistas facilitando las inscripciones y reduciendo los requisitos, y pidiendo a la gente que invite a participar a sus amistades. Debemos seguir cuidando de nuestras comunidades de simpatizantes y personas voluntarias y relacionándonos con ellas mediante reuniones virtuales, llamadas telefónicas y seminarios web para escuchar sus necesidades y sus ideas sobre cómo deberíamos organizarnos para apoyarlas, fortalecer sus capacidades y reconocer su papel y sus aportaciones. Debemos colaborar y crear alianzas en todo el sector.
Muchas personas se están ofreciendo para ser parte de este cambio, para definir alternativas. Están dando un paso adelante, incorporándose a movimientos y organizaciones o apoyándolos. Algunas fortalecen sus capacidades de organización y liderazgo para potenciar este poder y esta creatividad colectivos.
Movimientos, organizaciones y activistas redefinen también su trabajo y sus prioridades para abordar las necesidades actuales y para definir la “nueva normalidad” con el fin de prepararse para el mundo post-COVID-19, al mismo tiempo que vigilan infatigables la acción o la inacción de los gobiernos, las instituciones, las empresas y otros actores..
Esta crisis ofrece una enorme oportunidad para el cambio sistémico, empezando por reconocer y abordar las causas de la desigualdad. Durante este periodo, hemos visto decenas de manifiestos, declaraciones y compromisos que han congregado a movimientos, organizaciones y miles de personas en torno a sus llamamientos en favor de un cambio de dirección hacia un mundo más sostenible y equitativo.
Ahora más que nunca es hora de reforzar los derechos humanos para “renegociar nuestro contrato social” y tomar decisiones distintas para el futuro: un futuro que dé prioridad a las personas y al medio ambiente, sin dejar a nadie atrás.