Robina Azizi, de 19 años, huyó de la provincia de Balj (en el norte de Afganistán) en 2021, dejando atrás su hogar, sus pertenencias y su escuela tras la toma del poder por los talibanes. La situación se deterioró rápidamente y, poco después, los talibanes prohibieron a las niñas y mujeres asistir a los centros de enseñanza secundaria y las universidades. Aproximadamente 1,4 millones de niñas han sido privadas del derecho a la educación en los tres años de gobierno talibán.
Decidida a ofrecer oportunidades a las niñas afganas, Robina, que ahora vive en Alemania, fundó Niñas en la Senda del Cambio, una organización y comunidad digital que permite a las niñas afganas contar sus historias y proseguir su educación en línea. Con el apoyo de organizaciones como Amnistía Internacional, cabe esperar que estas iniciativas sigan ampliándose. Sin embargo, es fundamental que la comunidad internacional adopte medidas sostenidas e incremente la presión sobre los talibanes para que pongan fin a esta espiral de represión.
Antes de que los talibanes tomaran el control de Afganistán en agosto de 2021, vivía con mi familia en la provincia de Balj, en el norte del país. Iba a la escuela sin mayor preocupación y pretendía graduarme.
Tenía grandes aspiraciones y me había prometido que estudiaría en una universidad de prestigio para algún día poder ayudar a mi país, así como a las niñas que no recibían una educación adecuada. Cada día me proponía obtener unas calificaciones excelentes. Por la noche no podía dormir, impaciente por ir a la escuela a la mañana siguiente.
Dejé todo atrás: mi escuela, mis compañeras,
Robina Azizi
mis exámenes, mis sueños y mis libros.
El 10 de agosto de 2021, debía regresar a casa con mis amigas después de terminar un examen de la escuela, pero percibía que algo malo iba a ocurrir. En el camino de vuelta, miraba las calles y avenidas de Mazar i Sharif como si no fuera a verlas otra vez. Cuando llegué a casa, mi madre estaba haciendo las maletas con nuestras pertenencias.
“Te hemos comprado el billete de avión, tenemos que marcharnos. Los talibanes han tomado el control de los distritos de Balj, y es posible que entren en la ciudad”, me explicó. “Se llevan a las niñas cautivas y las obligan a casarse. Tu padre, tu hermano y tu hermana corren peligro de muerte, debemos irnos. Eres escritora y siempre te has mostrado en contra de los talibanes; si encuentran tus textos, te matarán a ti también.”
Al día siguiente, mi familia y yo volamos a Kabul. Dejé todo atrás: mi escuela, mis compañeras, mis exámenes, mis sueños y mis libros.
Aprender a sobrevivir
Cuando llegamos, Kabul aún no había caído y las niñas seguían yendo a la escuela. Ansiaba sumarme a ellas. Escribí para mí misma: “He venido a sobrevivir”, y esta frase se convirtió en mi mantra. Cada día llegaban noticias de que los talibanes hacían cundir el miedo y se apoderaban de más provincias, pero yo seguía esperando regresar a Balj para poder volver a la escuela.
Sin embargo, cinco días más tarde, el 15 de agosto, presenciamos el regreso de los talibanes a Kabul. El presidente huyó y los talibanes tomaron el control en unas horas, y un mes después anunciaron que se prohibía que las niñas recibieran educación secundaria.
Todavía me quedaba alguna esperanza de regresar a la educación que me habían quitado, y me di cuenta de que tenía que hacer algo. Volví a mis libros y comencé a esforzarme por lograr un futuro mejor. Encontré unos cursos en Kabul, y empecé a estudiar inglés y a leer de nuevo. Como era peligroso salir a la calle para estudiar, traté de hacer los cursos a escondidas. Me hice la promesa de que, pese a los miles de problemas, lucharía por mí misma y por las niñas de mi país. Empecé a sensibilizar a las familias afganas, tratando de hacerles comprender la importancia de la educación de sus hijas, e insistía en que les permitieran seguir estudiando.
Luego, mis profesores me ayudaron a matricularme en una escuela, a pesar de que no tenía los documentos requeridos. Allí, animé a otras niñas a que se unieran a mí y las ayudaba en sus clases de inglés. Con el paso de los días, empecé a acostumbrarme a las privaciones del extremismo con el que los talibanes gobernaban el país. Para desarrollar mis cualidades y contar mi historia, hablé con algunos medios de comunicación, como Tolo y otros programas de radio y televisión, sobre la importancia de la educación de las niñas.
Den una oportunidad a las niñas
Finalmente, nos vimos obligados a marcharnos de Afganistán para salvar la vida y para que yo pudiera seguir yendo a la escuela. Entendí que debía apoyar a mis compañeras, a mis amigas y a quienes habían perdido el ánimo y necesitaban ayuda: al fin y al cabo, había vivido en primera persona lo que significaba ser privada de la educación en Afganistán. No dejaba de pensar en estas niñas y quería estar a su lado. Creé Niñas en la Senda del Cambio para potenciar sus voces, contar sus dificultades e historias a otras personas, y abrir una vía para que accedieran a la educación en línea y siguieran estudiando.
Afganistán necesita mujeres instruidas y fuertes.
Robina Azizi
Ahora, voy a colaborar con organizaciones como Amnistía Internacional para que la presión internacional continúe y que los gobiernos de todo el mundo rindan cuentas por la tibieza que muestran ante el abuso contra los derechos humanos y la discriminación [de las mujeres y las niñas] que los talibanes ejercen de forma sistemática, actos que constituyen persecución por motivos de género.
Como joven que ha vivido su infancia en Afganistán y a quien se ha privado del derecho a la educación, pido a todo el mundo que apoye la educación de las niñas. La educación es fundamental, y las niñas de Afganistán no deben ser analfabetas. Afganistán necesita mujeres instruidas y fuertes. No debemos rendirnos, aunque tengamos que luchar desde casa. Debemos unirnos y mostrarnos fuertes, avanzar con decisión y demostrar que la ignorancia de los talibanes no puede competir con la fuerza del conocimiento y la educación.