La pasividad mundial permite la brutal destrucción de Alepo

El reciente fracaso del último acuerdo de alto el fuego en Siria produjo el pasado fin de semana una feroz intensificación de los bombardeos en Alepo. Según el Centro de Documentación de Violaciones, un grupo independiente de derechos humanos de Siria, al menos 173 civiles perdieron la vida, principalmente en la gobernación de Alepo y su capital homónima.

El sábado, los mensajes de texto y las llamadas de las personas atrapadas en la ciudad asediada describían unos constantes y terribles ataques, cuyo objetivo podría resumirse en una palabra: aniquilación.

La llamada más preocupante que recibí fue la de Ghina, actualmente madre de dos hijos tras haber perdido al tercero de ellos hace un par de meses durante un ataque aéreo sobre la ciudad de Alepo. Ghina suplicaba ayuda mientras al fondo se oía el eco de las bombas, hasta que la línea se cortó. Intenté devolverle la llamada sin resultado alguno. Sabía que podía tratarse simplemente de una avería de la red, pero no pude evitar imaginar lo peor: que la mataban en un ataque aéreo.

Más tarde averigüé que Ghina y los dos hijos que le quedan seguían vivos, pero ella había resultado gravemente herida en un ataque aéreo que también había destruido su casa.

La lucha por el control de Alepo ha sometido a esta gobernación a un incesante bombardeo por parte del gobierno sirio y su aliada Rusia. El gobierno sirio ha atacado una y otra vez escuelas, edificios residenciales, hospitales y centros médicos; pero, lo que es más espantoso, también ha atacado directamente a la población civil. La cuestión es por qué.

El gobierno sirio ha atacado una y otra vez escuelas, edificios residenciales, hospitales y centros médicos; pero, lo que es más espantoso, también ha atacado directamente a la población civil.

Diana Semaan, encargada de campañas sobre Siria en Amnistía Internacional

El gobierno sirio, con el apoyo de Rusia, ha utilizado sin duda alguna la fuerza aérea para causar sufrimiento de forma premeditada a la población civil, y ha bombardeado con regularidad zonas y edificios civiles densamente poblados. Durante varios años, ha habido una clara constante en los bombardeos del gobierno como medio para castigar a las poblaciones en zonas controladas por grupos armados de oposición. Pero aún hay más. Durante el año pasado, Amnistía Internacional documentó un patrón de ataques deliberados contra los hospitales en el norte de la gobernación de Alepo, en lo que parece formar parte de una estrategia militar para vaciar las ciudades y los pueblos de sus habitantes con el fin de allanar el camino para que avancen las fuerzas terrestres.

Es la misma estrategia que el gobierno sirio utiliza ahora para hacerse con el control de la ciudad de Alepo. El asedio de la ciudad –unido a la impotencia del Consejo de Seguridad de la ONU y otros actores– ha permitido que Rusia y el gobierno sirio ataquen a civiles con impunidad y dejen a la población de Alepo sólo una opción para escapar del horror: es decir, obligan su evacuación a zonas controladas por el gobierno. En cuanto la ciudad se quede vacía de personas, el gobierno puede tomar el control y proclamarse vencedor. Es lo mismo que hizo el mes pasado en Daraya, cerca de Damasco, donde sus últimos habitantes aceptaron con reticencia evacuar completamente la localidad tras cuatro años de asedio y bombardeos brutales.

Mayada, una habitante de la ciudad de Alepo, me contó que tiene miedo de morir, pero no quiere abandonar la ciudad que ha considerado su hogar durante toda la vida. Su barrio sufrió tres ataques aéreos durante el fin de semana, a pesar de que se encuentra a casi un kilómetro del frente.

Otro de sus habitantes pasó el fin de semana evacuando a las personas heridas, y contó: “Estaba en el automóvil a punto de evacuar a otro amigo herido en un ataque aéreo contra el barrio Al Mashhad, cuando oí el sonido de un avión de guerra y, entonces, el vidrio de la ventana se rompió en pedazos sobre nosotros. Oí una serie de pequeñas explosiones que se prolongaron durante casi un minuto. Esperé otros 10 minutos antes de ir en el vehículo al hospital, situado a pocos metros. Resultó que la bomba arrojada era una munición en racimo. Más de 40 personas resultaron heridas por la metralla”.

Activistas y habitantes de la ciudad de Alepo dijeron que en la última ronda de ataques se utilizaron tanto armas incendiarias como municiones en racimo. Estas afirmaciones no pudieron verificarse de forma independiente, pero Amnistía Internacional y otras organizaciones de derechos humanos han documentado con anterioridad el uso de estas armas en Alepo y otros lugares de Siria.

Saad, ciberactivista de la ciudad de Alepo, se negó a relatar lo que había presenciado porque ardía de rabia y frustración. Además del bombardeo en sí, le molestó el discurso de la embajadora de Estados Unidos Samantha Power en el Consejo de Seguridad de la ONU, en el que acusaba a Rusia de “barbarie”.

“Sólo oímos declaraciones, discursos, disculpas y amenazas vanas que vienen de Estados Unidos”, dijo. “La única solución que nos ofrecen son los acuerdos de alto el fuego. Creo que ya ha quedado muy claro que esa solución no nos va a salvar la vida; nos está matando cada vez que fracasa”.

Es comprensible que muchas personas sirias se sientan frustradas con el fracaso colosal de la comunidad internacional a la hora de proteger a la población civil de los terribles abusos.

El atroz catálogo de crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad perpetrados por el gobierno sirio en Alepo ha provocado durante años un derramamiento de sangre y un sufrimiento humano a gran escala, y sus efectos se sienten mucho más allá de Siria y Oriente Medio. Sin embargo, el mundo no ha actuado.

Los discursos que condenan la falta de humanidad de los crímenes de guerra que se están cometiendo no bastan.

Diana Semaan, encargada de campañas sobre Siria en Amnistía Internacional

Los acuerdos de alto el fuego no han protegido las vidas de la población civil ni han puesto fin a las atrocidades. El Consejo de Seguridad de la ONU ha adoptado diversas resoluciones que, si se hubieran aplicado, habrían podido detener –o al menos reducir– los ataques contra civiles y los asedios a zonas civiles, y facilitar el acceso humanitario.

Las sanciones específicas y el embargo de armas todavía podrían dar cierta fuerza a estas resoluciones. Así mismo, la remisión de la situación a la Corte Penal Internacional transmitiría al menos el mensaje de que quienes ordenen cometer atrocidades masivas responderán ante la justicia.

Los discursos que condenan la falta de humanidad de los crímenes de guerra que se están cometiendo no bastan.

Las vidas de Ghina, Mayada y Saad –y las cientos de miles de civiles atrapados en Alepo y otros lugares de Siria– dependen de que la comunidad internacional por fin haga algo para impedir que se cometan más crímenes de guerra y para castigar a sus responsables.

Este artículo de opinión se publicó originalmente en Foreign Policy aquí